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Los griegos no tenían un único término para expresar lo que nosotros entendemos con la palabra vida. Se servían de dos términos, semántica y morfológicamente distintos, pero reconducibles a una etimología común: zoé, que expresaba el simple hecho de vivir común a todos los seres vivientes (animales, hombres o dioses) y bíos, que indicaba la forma o manera de vivir propia de un individuo o de un grupo. Cuando Platón, en el Filebo, menciona tres géneros de vida y Aristóteles, en la Ética a Nicómaco, distingue la vida contemplativa del filósofo [bíos theoretikós] de la vida de placer [bíos apolaustikós] y de la vida política [bíos polítikós], ninguno de ellos podría haber usado el término zoé [que, en griego, significativamente, no tiene plural], por el simple hecho de que para ellos de ningún modo estaba en cuestión la simple vida natural, sino una vida calificada, un modo de vida particular. Ciertamente, en relación a Dios, Aristóteles puede hablar de una zoé, arístekal aidíos, de una vida más noble y eterna (Mer. 1072b, 28), pero sólo en tanto trata de subrayar el hecho no banal de que también Dios es un viviente (así como en el mismo contexto se sirve del término zoé para definir, tampoco de modo trivial, el acto del pensamiento); pero hablar de una zoé politiké de los ciudadanos de Atenas no habría tenido sentido. No es que el mundo clásico no estuviera familiarizado con la idea de que la vida natural, la simple zoé como tal, podría ser un bien en sí misma. En un pasaje de la Política (1278b, 23-31), luego de recordar que el fin de la ciudad es vivir según el bien, Aristóteles expresa este pensamiento con una lucidez insuperable: Esto [vivir según el bien] es el principal fin, tanto para todos los hombres en común, como para cada uno por separado. Sin embargo, ellos se unen y mantienen la comunidad política también en vistas al simple vivir, porque probablemente hay algo bueno en el solo hecho de vivir [kata to zén autó mónon]; si no hay un exceso de dificultad en cuanto al modo de vivir [Lata tón bion] . es evidente que la mayor parte de los hombres soporta muchos padecimientos y se aferra a la vida [zog] como si en ella hubiese una especie de serenidad [eumería, bello día] y una dulzura natural. En el mundo clásico, sin embargo, la simple vida natural es excluida de la pólis [ciudad-Estado] en sentido propio y queda firmemente recluida en el ámbito del oíkos, como mera vida reproductiva (Pol. 1252a, 26-35). Al inicio de su Política, Aristóteles es muy cuidadoso en distinguir del político, al oikonómos [el jefe de una empresa] y al despotés [el cabeza de familia] que se ocupan de la reproducción de la vida y de su subsistencia, y se burla de los que imaginan que la diferencia entre ellos es de cantidad y no de especie. Y cuando, en un pasaje que se volvería canónico en la tradición política de Occidente (1252b, 30), define el fin de la comunidad perfecta, lo hace precisamente oponiendo el simple hecho de vivir [tó zén] a la vida políticamente calificada [tó ed zén]: ginoméne mén oún toú zén héneken, oúsa de toú eú zén, “nacida con vistas al vivir, pero existente esencialmente con vistas al vivir bien” (en la traducción latina de Guillermo de Moerbeke que tenían a la vista tanto Tomás como Marsilio de Padua: facta quidem igitur vivendi gratia, existens autem gratia bene vivendi).

Homo Sacer - Agamben, Giorgio

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Los griegos no tenían un único término para expresar lo que nosotros entendemos con la palabra vida. Se servían de dos términos, semántica y morfológicamente distintos, pero reconducibles a una etimología común: zoé, que expresaba el simple hecho de vivir común a todos los seres vivientes (animales, hombres o dioses) y bíos, que indicaba la forma o manera de vivir propia de un individuo o de un grupo. Cuando Platón, en el Filebo, menciona tres géneros de vida y Aristóteles, en la Ética a Nicómaco, distingue la vida contemplativa del filósofo [bíos theoretikós] de la vida de placer [bíos apolaustikós] y de la vida política [bíos polítikós], ninguno de ellos podría haber usado el término zoé [que, en griego, significativamente, no tiene plural], por el simple hecho de que para ellos de ningún modo estaba en cuestión la simple vida natural, sino una vida calificada, un modo de vida particular. Ciertamente, en relación a Dios, Aristóteles puede hablar de una zoé, arístekal aidíos, de una vida más noble y eterna (Mer. 1072b, 28), pero sólo en tanto trata de subrayar el hecho no banal de que también Dios es un viviente (así como en el mismo contexto se sirve del término zoé para definir, tampoco de modo trivial, el acto del pensamiento); pero hablar de una zoé politiké de los ciudadanos de Atenas no habría tenido sentido. No es que el mundo clásico no estuviera familiarizado con la idea de que la vida natural, la simple zoé como tal, podría ser un bien en sí misma. En un pasaje de la Política (1278b, 23-31), luego de recordar que el fin de la ciudad es vivir según el bien, Aristóteles expresa este pensamiento con una lucidez insuperable: Esto [vivir según el bien] es el principal fin, tanto para todos los hombres en común, como para cada uno por separado. Sin embargo, ellos se unen y mantienen la comunidad política también en vistas al simple vivir, porque probablemente hay algo bueno en el solo hecho de vivir [kata to zén autó mónon]; si no hay un exceso de dificultad en cuanto al modo de vivir [Lata tón bion] . es evidente que la mayor parte de los hombres soporta muchos padecimientos y se aferra a la vida [zog] como si en ella hubiese una especie de serenidad [eumería, bello día] y una dulzura natural. En el mundo clásico, sin embargo, la simple vida natural es excluida de la pólis [ciudad-Estado] en sentido propio y queda firmemente recluida en el ámbito del oíkos, como mera vida reproductiva (Pol. 1252a, 26-35). Al inicio de su Política, Aristóteles es muy cuidadoso en distinguir del político, al oikonómos [el jefe de una empresa] y al despotés [el cabeza de familia] que se ocupan de la reproducción de la vida y de su subsistencia, y se burla de los que imaginan que la diferencia entre ellos es de cantidad y no de especie. Y cuando, en un pasaje que se volvería canónico en la tradición política de Occidente (1252b, 30), define el fin de la comunidad perfecta, lo hace precisamente oponiendo el simple hecho de vivir [tó zén] a la vida políticamente calificada [tó ed zén]: ginoméne mén oún toú zén héneken, oúsa de toú eú zén, “nacida con vistas al vivir, pero existente esencialmente con vistas al vivir bien” (en la traducción latina de Guillermo de Moerbeke que tenían a la vista tanto Tomás como Marsilio de Padua: facta quidem igitur vivendi gratia, existens autem gratia bene vivendi).

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